Y toca volver, toca volver a donde todo empezó y no sabes como sentirte.
No sabes si es bueno o malo, no sabes si quieres o no volver, porque ya no aguantas sin tu tierra, sin tu gente, sin las cervezas a partir de las 7 de la tarde, sin la nevera azul con tortilla de patatas (vegana) y filetes de soja empanaos, sin los abrazos de tu madre, sin las bromas de tu padre, sin el amor de tu perro, y sin todo lo que abarca la palabra hogar. Pero si vuelves... si vuelves el mejor año de tu vida se acaba. Y se acaba para no volver.
Durante estos nueve meses vives en una montaña rusa emocional. Hay veces que desearías haber elegido otro destino porque, joder, que rancios son los portugueses (o cualquier otra persona que no sea español), pero luego hay otras veces que piensas, joder, que bien lo hice. Que bien lo hiciste porque realmente daba igual el destino que eligieras, porque no se trata de un sitio, si no de vivir la experiencia.
Se trata de crecer día a día, de aprender cosas nuevas cada cinco minutos, y que, cuando por fin entiendes alguna palabra del nuevo idioma un regocijo interior te invada. Se trata de integrarte, de darte cuenta que al igual que tú, el vecino turco del tercero también está cagado de miedo, tampoco se entera de una papa, y aún así, ambos os lo pasáis de puta madre.
Porque no hay otra expresión que defina mejor un erasmus que "de puta madre". Os lo juro que no, que cada noche, cada cena, cada viaje, cada persona, cada cosa nueva que conozcáis o hagáis va a ser más genial que ninguna de las que hayáis hecho antes.
Que lo de alquilar un coche y ponerte a recorrer un país no es tan de locos si por el camino das veinte vueltas a una rotonda mientras el copiloto se pelea con el gps. Que el dinero se vuelve superfluo, que gastas "poco" y ganas mucho, porque lo que ganas tiene 100 mil veces más valor que un billete de 500 euros.
Y ahora toca volver, y el miedo que tenías a irte de casa, a perderte en un país nuevo, a hacer nuevos amigos, a adaptarte a una cultura diferente se ha esfumado, todo eso se ha esfumado. Se lo habrá fumao el vecino turco del tercero, pero tú no tienes ni idea de donde ha ido a parar.
Supongo que el miedo ahora nos golpea en la cara de forma inversa. Ahora tienes miedo a irte, a que la vida después de este año sea demasiado aburrida y tú no puedas huir. No puedas llamar a la puerta de al lado y decir, esta noche salimos, que ya me he recuperado de ayer. Miedo de que no haya más cenas, más lágrimas, más risas, más abrazos, más amor, más miedo, y más euforia de la que has experimentado en este corto tiempo.
"Y que me quiten lo bailao" dice mi madre. Y qué razón que lleva, porque lo que hemos vivido, lo que nos queda por vivir, y las historias que nos quedan por contar, son gracias a la incesante manía que tenemos de querer comernos el mundo todos y cada uno de los días. Porque un año es año, pero joder, qué rápido vuelan.